T.W. Adorno, en su “Introducción a la sociología de la música”, sugiere de
forma provocadora varios tipos de “comportamiento musical” en función del
comportamiento y la actitud ante el discurso musical. Así, Adorno habla del “oyente
experto”, el “buen oyente”, el “consumidor cultural”, el “oyente emocional”, el
oyente “estético-musical” u “oyente resentido”, el “oyente entretenido”, el “oyente
misceláneo” y el “oyente indiferente, no musical y antimusical”.
Diríamos que el oyente experto es plenamente consciente de lo que escucha
y lo asimila con naturalidad. Adorno circunscribe esta categoría a los músicos
profesionales.
El buen oyente, pese a no ser consciente de las implicaciones técnicas y
estructurales, enjuicia con fundamento. Adorno lo considera “ser humano musical”
y lo cree propio de círculos cortesanos y aristocráticos. Según el filósofo, es
“un bien cada vez más escaso” que apenas se encuentra ya “entre la pequeña
burguesía”.
El consumidor cultural es un oyente con formación, oyente burgués ubicado habitualmente entre el público de ópera y concierto. Insaciable consumidor de discos y recitales, respeta la música como un bien cultural, conoce el repertorio y tiene algo de fetichista. Le impresiona la técnica y es conservador, incluso reaccionario. Casi siempre recela de la nueva música. Acostumbra a ser clave en la toma de decisiones relativas a la vida musical oficial.
El oyente emocional, variante del consumidor cultural, está emparentado con el oyente sensual, aunque quizás con un menor nivel de superficialidad que este.
El oyente sensual se resiste a todo intento de escucha estructural. Para
él, la música es un medio al servicio de los fines de su propia “economía
instintiva”.
El oyente estético-musical es opuesto al emocional. En lugar de evadirse
por medio de la música de la “prohibición civilizadora del sentimiento”, se
apropia de este último “como norma de comportamiento musical”. Adorno lo
bautiza como “oyente resentido” e incluye en este grupo a los amantes de Bach o
de la música anterior. La fidelidad a la obra en, para ellos, un fin en sí
mismo. Tiene una gran influencia en la pedagogía musical.
El experto (o fanático) en jazz está emparentado con el tipo anterior.
Se imagina a sí mismo como vanguardista.
El oyente entretenido es, cuantitativamente, el tipo más importante y se
gradúa por la industria cultural. Aunque no escuche la música, el hecho de
tener la radio encendida le produce placer.
El oyente misceláneo es el que “no puede trabajar sin que pite la radio”,
el que “mata el tiempo y suspende la soledad mediante una escucha que le
transmite sensación de compañía”, el “amante de melodías de operetas”, el que “carece
de información y se deja entretener por una mercancía”. Pasivo generalmente, se
dispersa y desconcentra con facilidad.
Por último, el oyente indiferente, no musical y antimusical lo es por “procesos
durante su infancia” y no por falta de disposición natural.
El propio Adorno deja claro que no pretende (aunque lo haga)
descalificar y que respeta la libertad del individuo a la hora de escoger una
actitud (pues de eso, y no de otra cosa, se trata) ante la escucha musical.
Provocaciones aparte, Adorno, uno de los grandes filósofos y sociólogos del
siglo XX, de gran vocación musical (compuso varias obras que llegaron a
grabarse), describía en este texto (escrito ya hace medio siglo) distintos
tipos de escucha que pueden tener su correlación en los diferentes perfiles de
oyentes que, aún hoy y con las salvedades que sean necesarias, podemos
encontrar.