Lectura de juventud: El lobo estepario, de Hermann Hesse.
Hermann
Hesse narra las vicisitudes de Harry Haller, su aislamiento y soledad hasta
que, en el momento de mayor crisis existencial, encuentra a su “ángel”,Armanda,
quien lo invita a conocer el mundo y a intentar disfrutar de las cosas
sencillas y hermosas que nos presenta la vida día a día.
(...)
"Soledad era independencia, yo me la había deseado y la había conseguido al cabo de largos años. Era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio frío en que se mueven las estrellas."
"Es
algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos
días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor
ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora
bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad
precisamente esta semisatisfacción, que al poco tiempo me resulta
intolerablemente odiosa y repugnante, y tengo que refugiarme desesperado en otras
temperaturas, a ser posible por la senda de los placeres y también por
necesidad por el camino de los dolores. Cuando he estado una temporada sin
placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los
llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan
doloroso y de miseria, que al dormecino dios de la semisatisfacción le tiraría
a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir
dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable
temperatura de estufa. Entonces seinflama en mi interior un fiero afán de
sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada,
superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo
alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí mismo,
de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos
generalmente respetados, de equipar a un par de muchachos rebeldes con el
soñado billete para Hamburgo, de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo
a varios representantes del orden social burgués. Porque esto es lo que yo más
odiaba, detestaba y maldecía principalmente en mi fuero interno: esta
autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués,
esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y
corriente.
Así
bajaba yo, pues, la escalera de mi sotabanco, estas penosas escaleras de la
tierra extraña, estas escaleras burguesas, cepilladas y limpias, de una
decentísima casa de alquiler para tres familias, junto a cuyo tejado tenía yo
mi celda. No sé cómo es esto, pero yo, el lobo estepario sin hogar, el enemigo
solitario del mundo de la pequeña burguesía, yo vivo siempre en verdaderas
casas burguesas. Esto debe ser un viejo sentimentalismo por mi parte. No vivo
en palacios ni en casas de proletarios, sino siempre exclusivamente en estos
nidos de la pequeña burguesía, decentísimos, aburridísimos e impecablemente
cuidados, donde huele a un poco de trementina y a un poco de jabón y donde uno
se asusta, si alguna vez se da un golpazo al cerrar la puerta de la casa o si
se entra con los zapatos sucios. Me gusta sin duda esta atmósfera desde los
años de mi infancia, y mi secreta nostalgia hacia algo así como un hogar me
lleva, sin esperanza, una y otra vez, por estos necios caminos.