Uno de mis cuadros predilectos de Velázquez. Fue pintado entre 1656 y 1658 y
bautizado como Las Hilanderas a partir de 1794. Se tuvo por pintura de género
hasta 1948, cuando se identificó con un cuadro del pintor sevillano sobre la
fábula de Aracne, del que se tenían noticias pero que se consideraba perdido.
Las Hilanderas no era una escena de género, sino la representación de la
historia de Aracne, una mujer de origen plebeyo que había ganado justa fama por
su extraordinario trabajo en el telar, pero que no quiso admitir su deuda con
Palas, su maestra. Aracne retó a la diosa a una competición. Enterada Palas, se
disfrazó de anciana y como tal le aconsejó que se limitara a buscar el mayor
reconocimiento entre los mortales sin equipararse a los dioses y que pidiera
perdón, en la certeza de que la diosa se lo concedería. Ante la negativa de
Aracne y su soberbia, Palas se despojó del disfraz y aceptó el reto. Ambas
tejieron sus obras: Palas escenificó castigos ejemplares a humanos que habían
desafiado a los dioses, Aracne mortales engañados y seducidos por Júpiter,
entre ellos un tapiz con el Rapto de Europa. Terminado el trabajo, ni Palas ni
la Envidia podría criticar aquella obra. La diosa, dolida, destrozó el trabajo
de Aracne y la hirió. Aracne quiso ahorcarse, pero Palas la salvó y la
convirtió en araña: siempre estaría colgada y siempre estaría tejiendo.
Se ha discutido mucho sobre las intenciones de Velázquez al
pintarlo. La escena muestra un primer
plano en el que cinco mujeres trabajan la lana. Al fondo, en una estancia más elevada,
se sitúan otras tres. Dos
figuras, identificadas con Palas
y Aracne, gesticulan ante ellas.
Al fondo cuelga un tapiz, en el
que se representa el Rapto de
Europa de Tiziano. Las asignaciones de nombres a los distintos personajes y las interpretaciones de sus significados son casi tantas como historiadores han trabajado sobre el lienzo. Unos lo
ven como una historia desarrollada en dos actos. En el primer plano, Aracne
trabaja en su taller con sus obreras mientras que al fondo se representa el
desenlace de la historia. Es reseñable el talante pacífico de Velázquez, pues
el momento más frecuentemente elegido por los artistas para representar la
fábula era el del castigo, mientras que él prefiere mostrarla tejiendo y ante su
obra. De hecho, el castigo solo se insinúa: un hilo parece arrancar del dedo de
Palas. Algunos autores han sostenido que las dos protagonistas de la escena
fueron pintadas dos veces. Palas y Aracne en el taller simbolizan las artes
manuales y la pintura. La luz que baña por completo la escena alta es la que
ilumina en parte el taller; el noble arte de la pintura, cuya posición superior
viene dada por el predominio en ella de la idea sobre la ejecución, ilumina las
artes manuales. Una lectura distinta: la fábula nos habla de la importancia de
la originalidad y de la rivalidad en el arte. La lid entre Aracne y Palas se inicia porque la primera reivindica su originalidad,
su individualidad. Velázquez desarrolla este tema porque forma parte integrante
de la cultura de su siglo y de su propia vida: era necesario ser original para
triunfar en la corte. Por otra parte, Palas,
en parte tiene, razón: las deudas en el arte son inevitables, es imposible
desligarse por completo del pasado y las influencias artísticas. Respecto a la
rivalidad, Velázquez fue siempre blanco de la envidia en la corte y no pareció
reaccionar nunca contra quienes le atacaron movidos por ella. Por último, llama
la atención una práctica repetida en Velázquez: la escena del primer plano
muestra a los personajes ‘inferiores’, los nobles se retrasan al fondo.
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