Se percibe en Gargallo la huella de Rodin, por el que se interesó durante
su estancia en París, como se percibe la del modernismo (no en vano, fue un
habitual de las tertulias de Els Quatre Gats, en Barcelona, en
pleno esplendor modernista, en las que mantuvo contacto con Picasso, entre
otros). Su tratamiento del volumen es único y se
manifiesta de manera sublime en la figura del profeta, deudor de la terribilitá
de Miguel Ángel y del claroscuro barroco, cubista en las formas y
espiritualmente expresionista. Un profeta que clama en el desierto, elevando con
agresividad su brazo y su vara para contar la verdad.
Pablo Gargallo revolucionó la escultura
mediante la supresión casi total del volumen y el uso escultórico del vacío.
"Si se quiere ser original” decía Gargallo, “es preciso tener la sabiduría
de consolidar la base, una base resultante de la experiencia vivida. Es
necesario saber ser auténticamente grande, tomando conciencia de la modestia de
nuestra aportación de modo que el estilo nazca sin esfuerzo,
naturalmente".
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