Paisaje de Invierno (1909). Vasily Kandinsky.
Aunque siempre se ha considerado
el tercer concierto para piano de Rachmaninov, no solo como una de las obras
más difíciles de ejecutar, sino como su concierto más “importante” (popularizado
después del estreno de "Shine", película en la que Geoffrey Rush nos
mostraba el dramático viaje a la locura de David Helfgott), yo me quedo con
este primer concierto, todo un torrente de lirismo, emociones, intensidad,
inventiva melódica, ricas texturas coloreadas "a la rusa" y
apasionamiento expresivo. "Los conciertos de Rachmaninov no se tocan; se
viven", dijo Zimerman.
El estreno de este concierto
supuso un autentico resurgimiento para el compositor ruso, que había caído en
una grave depresión y crisis creativa de tres largos años tras el fracaso de su
primera Sinfonía, a la que pudo contribuir la poca musicalidad de Glazunov, que
la dirigió y de quien se dijo, quizás para disculpar su desgana, que se había
presentado ebrio al estreno.
El primer movimiento del
concierto es una de esas joyas que nadie debería quedarse sin apreciar y que
recomiendo con tanta efusividad como debió componerlo el propio Rachmaninov. Y
aconsejo dos versiones, una reciente (de 1997, con la impresionante pianista
japonesa Noriko Ogawa y la Malmö Concert Hall dirigisa por Arwel Hughes) y la
del gran Richter con la Warsaw
Philharmonic Orchestra dirigida por Wislocki, de 1959.
Atención al efecto acampanado de
la introducción (¿homenaje a Borodin o a Mussorgsky? ¿evocación del Dies Irae?);
al trágico tema inicial a cargo de las cuerdas, tema de carácter ruso, mientras
el piano acompaña en arpegios; a la primera y conmovedora aparición como solista del piano en
un delicioso segundo tema de amplio aliento y pura emoción (también un tanto
peliculero, no nos engañemos); a la coda, que nos precipita hacia un final
espléndido.
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